Sabiduría y Experiencias

Lo que el Padre Daniel nos comparte.....

viernes, 2 de noviembre de 2012


LA LOGICA ILOGICA
DEL PADRE: Mt 18,21-35
(el perdón o el absurdo del siervo sin entrañas)

Daniel R. Landgrave G.

1.- INTRODUCCIÓN - PERDÓN

Vivimos envueltos en una espiral de violencia. Las causas se trenzan en un círculo vicioso, desde un sistema social podrido que oprime y margina produciendo actitudes inhumanas, las cuales a su vez generan esta contaminación de corazones y estructuras.

En muchas partes la inseguridad y el miedo son pan de cada día. Hemos aprendido a desconfiar. Afinamos siempre más los mecanismos de defensa en muchas situaciones y ante muchas personas. En el aire de nuestras relaciones flotan diversas agresividades, abiertas y disfrazadas.

Nacemos en una sociedad competitiva y de mercado. No entendemos la gratuidad. Todo es compra-venta o recurso a los méritos. Tenemos que demostrar (o al menos aparentar) que somos mejores o más fuertes o más sabios que los demás. Y no importan los medios ni la ética. Lo importante es escalar posiciones de prestigio, poder, riqueza. Este ambiente huele a las aberraciones del super-hombre de Nietzche.

En estas circunstancias, los de abajo, los que no consiguen títulos o etiquetas de poder son vistos como basura, como mediocres fracasados. ¡Debería existir solamente la gente hermosa, fuerte, sana, inteligente, sin errores ni complejos!

Esta descripción social que raya en el pesimismo es el retrato de una sociedad donde el perdón está ausente. Perdonar es sinónimo de debilidad. Perdonar es ser blandengue, es correr el riesgo de que te vean la cara de... Perdonar es incómodo, es creer de nuevo en “los malos”. Y en este contexto parece ridícula la exigencia evangélica de perdonar infinitamente.

Desde pequeños, respiramos criterios como el “No te dejes. ¡Devuélvesela!...Si me gritas, te grito...Yo no le hablo...Que me salude ella primero...Algun día me la pagarás...”

Y en un ambiente así, es fácil convertirnos en almacén de rencores y venganzas.

El perdón puede estar ausente tanto en las intimidades del corazón como en las leyes y actitudes que se respiran en las instituciones sociales y eclesiales. Es frecuente clasificar a las personas con etiquetas inmóviles que impiden el desarrollo armónico dentro de una convivencia social o eclesial.

Si analizamos la realidad de nuestras familias, grupos, sociedades, comunidades parroquiales o diocesanas, o, digamos simplemente, cualquier tipo de interrelación humana, no es difícil llegar a la conclusión evidente de que no es posible convivir sin el perdón. Es más, no podríamos vivir con nosotros mismos sin saber perdonarnos. Es indiscutible que somos historias de barro, somos personas envueltas en pecado. Aprendemos a través de las caídas y nos levantamos por el perdón que es amor gratuito.

Y el perdón no está reñido con el “hecho escandaloso” de nuestra dignidad herida por las ofensas, ni es un oscurecimiento de la justicia. Creo que el verdadero perdón aumenta la verdadera dimensión de nuestra dignidad y nos da el verdadero sentido de la justicia, liberándonos de resentimientos o venganzas estériles.

Para muchos, el problema del perdón no es teórico sino práctico. A veces sentimos que queremos perdonar y “no podemos”. Necesitamos ejercitarnos en la praxis del perdón y profundizar experiencialmente en la motivaciones que tenemos para realizarlo. Hay infinidad de aspectos y mecanismos que pueden llevarnos a considerar el perdón como un valor.

Este pequeño artículo, iluminado por el texto de Mt 18,21-35 quiere insistir en el perdón como característica esencial del discípulo de Jesús. Es el que sabe perdonar con la lógica de Jesús. Es decir... ¡el que sabe amar! 

No hay comentarios:

Publicar un comentario